BIHARAMUNEKO AJEAK. Athletic-Granada. Eñaut Barandiaran


El reflejo del agua le devolvió la imagen de un joven alto, guapo y delgado, aunque de contornos bien definidos, un adulto con cara de niño que le sonreía al charco de agua que tenia bajo sus pies. El uniforme del Athletic le quedaba como un guante, y aunque el último modelo multicolor de botas diseñado por su marca deportiva le parecía demasiado llamativo, se sentía tranquilo y confiado.

Todo iba a salir bien. Como las ultimas once veces. No había nada que temer. Se arrodillo para observar si estaba bien peinado. Si no le daba mucho de cabeza, el peinado le duraría todo el partido. Se sorprendió de estar pensando algo tan estúpido. A lo mejor el míster tenía razón y los halagos se les estaban subiendo a la cabeza. Se levanto y volvió a observar su silueta reflejada en el agua. Se veía igual que siempre, a lo sumo un par de centímetros más alto.  Lo achaco al contorno del charco, alargado y sinuoso. Miro alrededor, tratando de escrutar en la tonalidad malva que envolvía la noche. El cielo, ese lugar donde Dios no puso hierba porque no quería que se jugara a futbol allí,  le devolvía una mirada gélida y profunda. Estaba helando. No había rastro de sus compañeros. Ni siquiera de Iraola, que siempre era el primero en llegar. Un escalofrió recorrió su cuerpo. Algo no iba bien. Volvió a mirarse en el charco. Su imagen iba cristalizando, pero no nítida y transparente como antes, sino deforme y sucia, como las piezas de un puzle que no encaja. Saco el cuchillo del pantalón. Decidió que había llegado la hora. No podía esperar a los demás, o acabaría congelándose. Se lo puso entre los dientes, pero en vez de sentir el frio del acero no pudo evitar morder algo duro y rugoso. Se lo quito de la boca.  Era un plátano. Sorprendido, lo cogió entre las manos. Después miro al horizonte. La silueta de la Alambra se recortaba muy oscura, y desde las almenas diminutos ojitos brillaban  a la espera del asalto.


–          Ander, ¡va!-.

Ander Herrera salió de su ensimismamiento cuando escucho a los compañeros arengandole para que saliera del campo lo antes posible. Camino del vestuario, mientras recorría el césped de San Mames, recordó el extraño sueño que lo había atormentado la noche anterior. Confuso, fue a darle la mano a David López, pero en su lugar, le dio un plátano. David López lo cogió y se lo puso entre los dientes.   

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